sábado, 4 de agosto de 2012

Homilía del Eminentísimo Señor Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne Arzobispo de Lima y Primado del Perú

Misa y Te Deum  191° Aniversario de la Independencia del Perú  28 de julio del 2012   Basílica Catedral de Lima

ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS
Hoy, con gozo, celebramos la Fiesta de la Patria. Recuerda el historiador Don Jorge Basadre que el general San Martín, al declarar nuestra libertad política, “hizo también una invocación a Dios, es decir, consagró creencias y principios, […] manteniendo el patrimonio cultural y espiritual”[1] de nuestro pueblo.

Siguiendo esa tradición nos hemos reunido en esta Basílica Catedral de Lima, para agradecer a Dios –de ahí la expresión Misa y Te Deum– los frutos de la libertad y la independencia del Perú. Un acto de acción de gracias muy grato a Dios.

Con palabras de San Agustín: “Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras: «Gracias a Dios». No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad”[2].

AMOR A LA PATRIA
El día de hoy es un día que nuestro amor a la patria surge espontáneo en el corazón. La Patria, la tierra en que nacimos, podemos decir de manera sencilla, además, que “es un conjunto de aspiraciones, sentimientos y reacciones”[3]. Su fuerza es la unidad: “una casa dividida contra sí misma, cae”[4]. Por ello, cuando grupos movidos por ideologías de egoísmo, de mentira y de violencia, pretenden aislar de la unidad que es la patria, esta se debilita y surgen marejadas de pasiones, de ideas y de propósitos que estancan y maltratan a la sociedad retrasando su progreso.

En ocasiones contemplamos por un lado, una preocupación exclusiva por el lucro; y por otro lado, se agrupan por conveniencias particulares o de grupo, se desinteresan del presente y se encogen de hombros ante el futuro. “Un día rompen la vinculación con los recuerdos, otro día maltratan una institución, otro día destruyen un monumento; mientras los tibios piensan, se resignan y callan”[5].

El predominio del egoísmo puede llegar a convertir a las personas e instituciones en cuerpos sin alma ni espíritu. Con frecuencia y energía nos invitaba el Beato Papa Juan Pablo II a desterrar el egoísmo de nuestro corazón: “Abramos el corazón a las sugerencias interiores de la gracia. Que el egoísmo deje lugar al amor para que podamos experimentar la alegría del perdón y de la íntima reconciliación con Dios y con los hermanos”[6].

PRESENCIA DE LA IGLESIA Y SU RELACIÓN CON LA PATRIA
La Iglesia, que siempre ha estado presente con su amor a la patria, no es un partido político, ni una ideología social, ni una organización mundial de concordia o de progreso material[7]. La Iglesia reconoce, enseña y promueve el amor a la Patria y respalda, desde su identidad, múltiples iniciativas al servicio de los más necesitados. La Iglesia ha desarrollado siempre y desarrolla hoy una inmensa labor en beneficio de los que sufren, en muchos campos como en la educación y en la salud; ayuda permanentemente a todos cuantos padecen de alguna manera de las consecuencias sociales del pecado. La Iglesia Católica realiza esta misión encomendada por Jesucristo y no precisa del visto bueno de los hombres ni de las encuestas. “La caridad nos urge”[8], nos enseña la Escritura.

Por ello, defender la misión y la unidad de la Iglesia, al servicio del bien común de la Patria, se traduce en vivir muy unidos a Jesucristo: “Sin mí no podéis hacer nada”[9]. Amando especialmente al Papa, a sus Obispos y sacerdotes. Qué poco sentido tiene enfrentar el gobierno del Papa con el de los Obispos, o reducir la validez del Magisterio pontificio al consentimiento de los fieles. Nada más ajeno a la naturaleza de la Iglesia. “El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo”[10]. En la Iglesia no hay más Cabeza que Cristo; y Cristo ha querido constituir a un Vicario suyo –el Papa– y a un Colegio de Apóstoles –los Obispos– que unidos y bajo Pedro colabora en la guía del Cuerpo Místico, del Pueblo de Dios, que es la Iglesia.

No concibo que se ame a la Iglesia que es nuestra Madre y se hable de ella con frialdad y con desapego. El amor exige fidelidad y lealtad siempre y se prueba en el dolor y en el sacrificio.

Un Padre de la Iglesia escribió unas palabras que componen como un canto de gozo: “donde está Pedro, allí está la Iglesia; y donde está la Iglesia no reina la muerte, sino la vida eterna”[11]. Porque donde está Pedro y la Iglesia está Cristo: y Él es la salvación, el único camino.

PRESENCIA DE LA IGLESIA EN LA EDUCACIÓN
Para la Iglesia es muy importante colaborar en la educación, en todos sus niveles, desde la primaria hasta la superior; en todas sus modalidades, sea privada o pública; es muy importante facilitar el acceso a la educación a la gente más pobre y sencilla y así lo hacemos en las instituciones de la Iglesia a lo largo y ancho del país. Reconocemos la buena colaboración que existe con el Estado en este campo en el que suplimos lo mejor posible esta inmensa tarea. Siempre la Iglesia en el mundo entero, también en el Perú, es muy respetuosa de las leyes del país y de los tratados internacionales que la vinculan.

Jamás la Iglesia pedirá excepciones y especialidades por encima de la ley. Nos impulsa el mandato de Cristo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”[12].

Por ello, cuantos reúnen capacidades deben tener acceso a los estudios superiores, sea cual sea su origen social, sus medios económicos, su raza y su religión. Mientras existan barreras en este sentido la democratización de la enseñanza será una frase vacía.[13] Apreciamos y saludamos la iniciativa emprendida por el Gobierno y exhortamos a la iniciativa privada para que con mayor énfasis secunde este programa que redundará en un gran bien para el país.

La propuesta educativa que la Iglesia ofrece siempre es tolerante, no hay imposición de un pensamiento único. La responsabilidad educativa es demasiado importante para los padres de familia y para el futuro de la sociedad y, por supuesto, para los mismos alumnos –desde la niñez hasta la juventud–, por ello no podemos dejar esta responsabilidad educativa en manos de propuestas ideológicas que predican violencia y que están desfasadas en el tiempo. Fuertes y alarmantes son las palabras de Nuestro Señor a este respecto: “¡Ay de vosotros, los legistas, que os habéis llevado la llave de la ciencia! No entrasteis vosotros, y a los que están entrando se lo habéis impedido”[14].

Habiendo mejorado mucho la situación en el país, todavía contemplamos los bienes materiales repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura encerrados en cenáculos ideológicos muchas veces intolerantes. Comparto y comprendo la impaciencia que estos hechos pueden generar, pero no nos dejemos engañar por el señuelo que pretenden imponer con sus falsas promesas que ya hemos visto fracasar en la historia reciente en el Perú y en el mundo.

VALORES MORALES EN LA SOCIEDAD
El país debe meditar con seriedad qué futuro quiere y afirmar el valor de la peruanidad, sentir el orgullo de haber nacido en esta tierra, de una manera muy concreta: promoviendo la unidad entre todos los peruanos. Cultivando una cultura que promueva la institucionalidad y el respeto a las autoridades porque la autoridad – nos enseña san Pablo – “está al servicio de Dios para tu bien”[15]. Exigiendo de sus autoridades y de los ciudadanos el fiel cumplimiento de la ley –a todos los niveles y para todos– sin venganzas y resentimientos, pasiones que tantas veces empequeñecen el deseo de emprender cosas grandes y que tantas veces elimina el deseo de participar en la vida social. “La caridad es la plenitud de la ley”[16].

La palabra libertad se ha convertido realmente en mágica. Todos hablan y reclaman más libertad y al mismo tiempo, pareciera, que todos queremos imponer nuestra libertad a los demás. ¿Qué ha pasado? Pienso que se ha hecho tabla rasa de los vínculos que nos atan al respeto y acatamiento de las leyes, especialmente al respeto al orden público. Todo ello abusando de un libertinaje. Debemos recordar y reconocer de manera práctica que toda libertad está siempre limitada por las normas, en el interior, por nuestra conciencia; y en lo exterior por el imperio de la ley, no de las ideologías, aceptando el perdón y proponiendo el perdón. La libertad es el vínculo de la verdad conocida, un don maravilloso que Dios nos ha regalado para que cada uno lo desarrolle con sacrificio. Ser libre cuesta, cansa, pero la dignidad de la libertad no tiene precio[17].

Por eso, ya es hora de que el Perú sea la Patria de todos. Unidos en una sola familia: civiles y militares, población rural, urbana y nativa. Sin ideologías clasistas que con slogans, llamando a la violencia, pretenden simplificar en breves frases el odio que promueven. Levantemos el corazón a Jesucristo, príncipe de la paz, “La paz os dejo, la paz os doy”[18]. Es el momento de enfrentar y desenmascarar los intentos de unos cuantos que insisten en querer capturar el poder por la fuerza e impidiendo el desarrollo que saca de la pobreza a millones de hermanos nuestros. Por ello, la cultura de la tolerancia y del diálogo será útil y eficiente si la verdad brilla y si al mismo tiempo estos esfuerzos se enmarcan en el derecho que surge de la ley y ésta se aplica con firmeza. No se confunde diálogo con facilismos de temperamentos débiles y temerosos; así no se logrará nada. “Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales”[19].

Perdónenme que haga una reflexión personal, pero me vienen con fuerza y emoción los recuerdos de mis largos once años vividos en la muy querida tierra de Ayacucho en tiempos de violencia y de muerte. “Donde las papas quemaban”. Ahí estábamos, no desde un diario, ni desde un análisis; en donde nadie tenía asegurado un mañana. En donde comentábamos para darnos ánimos “nadie muere la víspera”. Con humildad lo digo y lo recuerdo porque lo llevo grabado en un corazón, que con la gracia de Dios, está limpio de odios. Mi espíritu se subleva ante la mentira y la injusticia con la que algunos, de manera constante, pretenden desconocer el sacrificio tantas veces heroico de nuestras Fuerzas Armadas y Policía Nacional, que unidos al pueblo organizado en las rondas campesinas afirmaron con su presencia y con sus vidas la identidad de nuestra Patria. A ellos rindo un personal homenaje, porque un pueblo sin memoria es una Patria sin alma. Y, peor aún, un pueblo cuya memoria está vejada constantemente por sesgos de mentiras ideológicas es una Patria sin identidad propia. Recordemos siempre las palabras de Nuestro Señor: “La verdad os hará libres”[20].

No es el poder –ni siquiera el mediático– el que me protege, sino el derecho. Es el imperio de la ley. La principal organización que el Perú ha adoptado en base a regiones debe subordinarse a la unidad de la patria, y por ello a los tres poderes del Estado. Es la única manera de convivir en el amor al Perú. La Libertad y Ley son un binomio de racionalidad necesario para convivir en paz.


Todo sistema democrático, nos enseña la Doctrina Social de la Iglesia, propone unos valores éticos, aceptados y sostenidos por todos. Una democracia no es capaz de funcionar sin valores[21]. En las últimas décadas, observamos que se tiende cada vez más a concebir el auténtico derecho como la capacidad de decirlo todo a través de los medios de comunicación, como una licencia para expresarlo todo; y así vemos cómo se convierten y denuncian como meros tabúes los valores de la tradición ética, especialmente en el campo de la moral sexual, del matrimonio, institución sagrada, y de la defensa de la vida y de la familia, corazón de una sociedad[22]. No deben ser objeto de una banalización a través de los medios de comunicación[23]. La honra y la buena fama, se denigra y se critica con facilidad y si alguien protesta, el pensamiento único sale a la palestra para explicarnos cómo debemos pensar.


Unos pocos pretenden establecer auténticas redes de comunicación que determinan qué es lo políticamente correcto, lo establecen a través de eslóganes, y pretenden imponer a nuestro pueblo, a nuestro querido pueblo, al pueblo sencillo, un modo de pensar y de ser que los esclaviza. La centralización de los espíritus es un mal mucho mayor que la centralización de los bienes materiales.


Por ello, me permito en esta hora pedirles que nos unamos todos bajo una misma bandera, un mismo himno y una misma Constitución, sin reclamar cuotas de poder subalternos. Despertemos a la grandeza que esconde nuestra historia milenaria y aceptemos el desafío que la historia presenta a esta generación. Sí podemos y sí lo haremos si afirmamos con sinceridad la solidaridad e inclusión[24], si cuidamos con ternura a la familia y a los hijos, si todos unidos buscamos la verdad y el desarrollo moral de nuestra juventud.

“Libre es el que, dondequiera que está, se siente como en su casa”[25]. En esta casa de Dios, que los acoge con tanto gozo, sentimos esa libertad. Tiene mucho que ver con el sentimiento de la casa familiar y de la pertenencia a la Patria[26]. Defender estos principios esenciales de la Doctrina Social de la Iglesia, que he procurado reflexionar hoy en la presencia de Dios, es defender todo lo que hace preciosa y digna de vivirse la vida humana: es el legado de nuestros padres, nuestra dignidad, personalidad y autonomía nacional y son santas leyes de Dios.

Señor Presidente, Señora Primera Dama, guardo un gratísimo recuerdo de aquella visita que me hicieran hace más de un año en mi casa, aprovecho esta ocasión para desearles una felices Fiestas Patrias, para enviarles una afectuosa bendición a sus hijos, a su familia, para bendecir a todas las familias peruanas, y que Santa María, la Virgen del Rosario, la Estrella de la Evangelización, los acompañe y los proteja siempre.
Así sea.

--------------------------------------------------------------------------------------------------
[1] J. BASADRE, Historia de las República del Perú (1922-1933), 7° Ed., p. 1, Lima 1983.
[2] SAN AGUSTÍN, Epíst. 7.
[3] J. DE LA RIVA AGÜERO, Afirmación del Perú, Tomo I, p.5, PUCP 1960. Cfr. Jorge Basadre, op. cit., pp. 180-190.
[4] Lc 11, 17.
[5] Cfr. J. DE LA RIVA AGÜERO, op. cit., Tomo I, p.6, PUCP 1960.
[6] JUAN PABLO II, Audiencia general, 23 – II – 2005.
[7] Cfr. J. RATZINGER, Iglesia, ecumenismo y política, p. 199 ss., Madrid 2005.
[8] 2 Co 5, 14.
[9] Jn 14, 5.
[10] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Homilía Lealtad a la Iglesia, 4 –VI – 1972.
[11] SAN AMBROSIO, Enarr. in Ps. 40, 30; ML 14, 1082.
[12] Jn 15,12.
[13] Cfr. BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, nº 61, 29 – VI – 2009.
[14] Lc 11, 52
[15] Rom 13, 4.
[16] Rom 13, 10.
[17] Cfr. J. RATZINGER, Iglesia, ecumenismo y política, p. 199 ss., Madrid 2005.
[18] Jn 14, 27.
[19] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, nº 7, 29 – VI – 2009.
[20] Jn 8, 32.
[21] Cfr. PONTIFICIO CONSEJO DE JUSTICIA Y PAZ, Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, nº 407: “Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del « bien común » como fin y criterio regulador de la vida política. Si no existe un consenso general sobre estos valores, se pierde el significado de la democracia y se compromete su estabilidad. La doctrina social individúa uno de los mayores riesgos para las democracias actuales en el relativismo ético, que induce a considerar inexistente un criterio objetivo y universal para establecer el fundamento y la correcta jerarquía de valores…”. También Cfr. nº 397: La autoridad debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y morales esenciales. Estos son innatos, « derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de la persona. Son valores, por tanto, que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado nunca pueden crear, modificar o destruir ».812 Estos valores no se fundan en « mayorías » de opinión, provisionales y mudables, sino que deben ser simplemente reconocidos, respetados y promovidos como elementos de una ley moral objetiva, ley natural inscrita en el corazón del hombre (cf. Rm 2,15), y punto de referencia normativo de la misma ley civil.
[22] “El punto de partida para una relación correcta y constructiva entre la familia y la sociedad es el reconocimiento de la subjetividad y de la prioridad social de la familia”(PONTIFICIO CONSEJO DE JUSTICIA Y PAZ, Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, nº 252)
[23] “Los medios de comunicación social se deben utilizar para edificar y sostener la comunidad humana, en los diversos sectores, económico, político, cultural, educativo, religioso: « La información de estos medios es un servicio del bien común. La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad»” ”(PONTIFICIO CONSEJO DE JUSTICIA Y PAZ, Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, nº415)
[24] “El término «solidaridad», ampliamente empleado por el Magisterio, expresa en síntesis la exigencia de reconocer en el conjunto de los vínculos que unen a los hombres y a los grupos sociales entre sí, el espacio ofrecido a la libertad humana para ocuparse del crecimiento común, compartido por todos. El compromiso en esta dirección se traduce en la aportación positiva que nunca debe faltar a la causa común, en la búsqueda de los puntos de posible entendimiento incluso allí donde prevalece una lógica de separación y fragmentación, en la disposición para gastarse por el bien del otro, superando cualquier forma de individualismo y particularismo” (PONTIFICIO CONSEJO DE JUSTICIA Y PAZ, Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, nº 194)
[25] J. RATZINGER, Iglesia, ecumenismo y política, p. 214, Madrid 2005.
[26] Cfr. J. RATZINGER, op. cit, p. 214.

No hay comentarios: