Perú, un caballo con la pata rota
* Mauricio Gambetta
Viendo
por televisión la barbarie desatada en esa especie de “mercado – lupanar”
conocido como La Parada ,
no siento ya sorpresa ni estupor ni rabia, solo lástima. Una lástima auténtica
de peruano resignado. Siento lástima sobre todo por los policías y sus
familias, por los fallecidos, por los comerciantes cuyos negocios fueron
saqueados, por los periodistas agredidos, por el caballo sacrificado, y hasta
por esos delincuentes que seguramente defendiendo su imperio de cupos y
extorsiones, demostraron que no hay límites para la bestialidad humana cuando
se desata por encima de toda norma.
Pero
qué se puede exigir a esa horda de desalmados, de pobres diablos, de
delincuentillos de callejón, si no son más que los hijos mal nacidos de un país
donde se permiten las más atroces barbaridades diariamente bajo el amparo de
una democracia adocenada, pestilente, manejada como una prostituta por una
clase política, en su mayoría, oportunista y mediocre, que tiene a la felonía
como el común denominador y a la palabra ética desterrada.
El
caballo que apareció ayer en todos los medios con la pata rota es la mejor
metáfora para definir a este Perú en el que sobrevivimos. Un Perú que quiere
avanzar pero no puede. Un Perú con tradición y garbo, con presencia, pero
sangrante y mal herido, con el punto de apoyo destrozado.
Un
Perú que según las frías cifras económicas mantiene un crecimiento admirado en
todo el mundo pero donde diariamente muere gente por falta de alimentación, de
atención médica, de oportunidades. Donde miles son los desamparados por un
gobierno que solo tiene como agenda del día el desayuno de una siempre
sonriente primera dama con alguna ministra zalamera, en su afán desmedido por
ser la nueva Cristina Kirchner de América, y olvida a los combatientes del
VRAE, por ejemplo.
Un
Perú en el que el ceviche, el tiradito y el tacu tacu son más importantes que
una necesaria política de Estado que permita repotenciar nuestras fuerzas
armadas ante cualquier eventualidad. Dios no quiera que esto ocurra por
supuesto, pero si ocurre, con qué nos defenderemos. Vamos a tirar chicharrones
en vez de balas, papas rellenas en vez de bombas, juanes en vez de misiles.
Un
Perú donde sobra la plata en algunas regiones sin saberse invertir y encima se
roba de lo poco que se invierte. Con gobiernos regionales y municipales donde se
llama “coimisión” al dinero mal habido, al cupo cobrado. Amparados, claro está,
por el antecedente de que no hay castigo para los que tienen fortunas y menos
con un Poder Judicial que muchas veces rebalsa jueces y abogadillos sin moral.
Un
Perú donde el “periodista” más influyente a nivel nacional, antiguamente
investigado por abuso de menores, emerge todos los sábados desde sus plumas y
lentejuelas para escarbar en la miseria humana y mostrar las vísceras podridas
de los personajillos de una farándula prostituida, casi delincuencial, ante
millones de embobados espectadores. Y que luego, al llegar el lunes, vuelve a
ser el paladín incorruptible de la justicia ante el cual desfilan, casi
subyugados, los políticos de moda.
Un
Perú donde uno no puede ver televisión nacional pues todo el día está copada
por personajes travestidos, saltimbanquis que no tienen otro recurso que la
mariconería fácil y los gritos de loca para entretener, sin tomar en cuenta que
son vistos por miles de niños y adolescentes en formación.
Un
Perú donde la cultura importa un bledo. Donde hay municipios y gobiernos
regionales que no aceptan proyectos culturales porque no jalan votos ni puntos
de aceptación. Y después nos sorprendemos que los peruanos conozcan más a
Melcochita que a Mario Vargas Llosa.
No
pertenezco a esa privilegiada casta de “sabios”, eruditos en miles de temas,
que tienen todas las respuestas y que las dan en cada entrevista o intervención
radial o televisiva que dan, muchas veces desde oscuras cuevas donde el
periodismo no es más que una manera de extorsionar y ganar dinero fácil.
No
tengo opinión alguna sobre cómo se puede arreglar este país de locos, pero
tengo la impresión que estamos llegando a un punto sin retorno. Ojalá me
equivoque y no tengamos también que sacrificar definitivamente a este caballo
con la pata rota que es el Perú.
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