martes, 7 de diciembre de 2010

LOS GOLPES BAJOS DE GARCÍA

Por César Lévano
Alan García es un gran demócrata. La prueba es que confiesa que si Ollanta Humala gana las elecciones de 2011, él propiciará un golpe de Estado. ¿Voto ciudadano? ¿Voluntad popular? ¡Pamplinas! García cree, como Pinochet, como Videla, como Fujimori, que los tanques valen más que millones de votos antisistema.

Alan García es un hombre honrado, que lucha contra la corrupción. Por eso dijo a Jaime Bayly, aspirante a candidato, que el sueldo de tres mil dólares mensuales del primer mandatario es un adefesio, y aconsejó: “No seas cojudo. La plata viene sola”.

Alan García no es un cojudo. Su socio Jorge del Castillo y él saben cómo gobernar y dar leyes que favorezcan a los poderosos, aunque empobrezcan al país y al pueblo. Así se logran cuentas bancarias inconfesables, casas de lujo en barrios exclusivos de Lima o París.

Alan García es un firme defensor de los derechos humanos. Cientos de cadáveres de la Isla Penal El Frontón demuestran su entusiasmo al respecto.

Lo de El Frontón todavía está pendiente, y puede –y debe– llevar a la cárcel al autor intelectual de tan cobarde masacre. En su momento, ante el Consejo Supremo de Justicia Militar, el general Máximo Martínez, Director Superior de la Guardia republicana, subrayó el peso que tuvo la impaciencia de García por terminar con los presos sublevados.

Si se hubiera actuado con la libertad debida, sin el apresuramiento de las llamadas telefónicas continuas, entre ellas las del Presidente de la República, el motín hubiera podido ser debelado por medios convencionales: rendición por hambre, sed, cansancio, ruidos, bombas lacrimógenas, precisó el general.

Alan García es un hombre que respeta la Constitución y los tratados internacionales, particularmente los suscritos con la Organización Internacional del Trabajo. Lo prueba su reunión de setiembre de 2008, en Palacio de Gobierno, con obreros de construcción civil expulsados de su Federación por estar comprometidos en actos de corrupción y extorsión a empresas del ramo. El APRA los reclutó para formar una Federación paralela.

La segunda parte de la estrategia consistía en hacer que los ministros presionaran a las empresas constructoras para que entregaran todas las obras a la organización paralela. Encargado de la misión fue el entonces ministro de la Vivienda, Enrique Cornejo, el de Collique. El objetivo era liquidar a la Federación de Construcción Civil a fin de debilitar a la CGTP.

Pero Alan García es un hombre de paz. Por eso arma a los falsos sindicalistas, que no trabajan pero sí extorsionan. En vista de la cual metieron bala en Cañete a obreros de construcción, matando a uno e hiriendo de gravedad a seis. Los incontrolables instintos de García indican que está dispuesto a seguir matando obreros, y no sólo por hambre

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