viernes, 27 de junio de 2014

DISCURSO DE ORDEN DEL SEÑOR GENERAL DE DIVISIÓN FRANCISCO ANTONIO VARGAS VACA


DISCURSO DE ORDEN DEL SEÑOR GENERAL DE DIVISIÓN  FRANCISCO ANTONIO VARGAS VACA EN LA SESIÓN SOLEMNE CON OCASIÓN DE LA BATALLA DE ARICA; ORGANIZADA POR LA BENEMERITA SOCIEDAD FUNDADORES DE LA INDEPENDENCIA, VENCEDORES DEL COMBATE DEL 2 DE MAYO DE 1866 Y DEFENSORES CALIFICADOS DE LA PATRIA
Señor General de División Carlos Alfonso Tafur Ganoza, Presidente de la Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia, Vencedores del
Estimados Generales y Almirantes de la mesa de honor.
Dignas autoridades civiles y militares.
Damas y caballeros, asociados e invitados.
Señoras y Señores.
Disertar en nuestra Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia, la primera institución del Perú y América creada con fines cívico-patrióticos en 1857 y donde se exalta el glorioso pasado de nuestra patria es un marcado privilegio; pero si además de ello, haber sido designado para disertar sobre un evento tan trascendental y de tanta recordación para nuestro país, como es la batalla de Arica; entonces este privilegio se convierte en un señalado honor, que tendré presente por el resto de mi mortal existencia.
Por ello, agradezco la designación y el honor que me hace el Señor General de División Presidente de la Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia, al darme la oportunidad de disertar ante tan selecto auditorio.
Los discursos sobre la batalla de Arica, normalmente comprenden un vibrante relato de los hechos históricos, una pincelada sobre la solicitud de rendición a cargo del emisario chileno, una reflexión sobre el significado de la famosa frase del Coronel Francisco Bolognesi, una narración de la batalla, y un homenaje a los actores de esta tragedia. Pero, creo que el elevado nivel de los presentes me releva de la narración histórica y me permite hacer algunas reflexiones sobre los hechos, de manera directa.
Y es que al repasar los libros de historia que tratan sobre la epopeya de Arica, inmediatamente surgió en mi mente una primera interrogante, que me permito plantear:
¿Cómo pudimos llegar a esto? ¿Cómo pudo ser que un país tan rico en recursos y con gente con tantas excelencias, llegue a una situación tan extrema como Arica?
¿Cómo pudo suceder que un país, heredero del más grande imperio de América – el Tahuantinsuyo – y heredero de una de las pocas culturas primigenias del mundo – la cultura incaica - ; y a su vez, depositario del virreinato más poderoso de esta parte del planeta, se convierta en una República libre pero caótica, y se vea doblegada por otro país más pequeño, con menos recursos, y que sólo llegó a ser una Capitanía tutelada por nuestro virreinato?
Y es que si nos situamos en el momento en que Chile nos declara la guerra el 5 de abril de 1879, encontraremos que durante los primeros 58 años de República, estuvimos desunidos, enfrentados peruano contra peruano, y con una débil identidad nacional, donde los intereses personales y de grupo se antepusieron al interés de la nación en su conjunto, no habíamos dejamos de lado nuestras diferencias, nuestras ambiciones subalternas, perdimos más de cincuenta años en rencillas internas, el país fue un desorden; y entonces, ante una amenaza exterior, no reaccionamos unidos y no enfrentamos todos juntos la amenaza. Las diferencias entre uno y otro, nos llevó a la debacle ante la prueba de una guerra. Muchos peruanos quisieron sacar partido de la situación.
Es decir, el día que se inició la guerra, ya la habíamos perdido. Chile no nos ganó la guerra, nosotros la perdimos.
Ante la cruda posible respuesta a la primera interrogante, preguntémonos: ¿Hemos aprendido la lección de Arica?
Ahora nuestra población, civiles y militares ¿Estamos fuertemente unidos para enfrentar las amenazas extranjeras? ¿Estamos unidos para enfrentar con éxito el terrorismo y el narcotráfico internacional? En buena cuenta ¿Hemos aprendido la lección de Arica?
Dejemos ahí esta reflexión por un momento, y pasemos a una segunda interrogante, que asaltaría a cualquier lector de nuestra historia:
¿Cómo pudo suceder que después de ser vencedores en el combate del 2 de mayo de 1866, sólo catorce años más tarde, tuvimos un desastre, una hecatombe para nuestras armas en 1880?
¿Cómo pudo suceder que después de vencer en 1866 en el Callao, tengamos una derrota contundente en 1880 en Arica? ¿Qué sucedió en esos 14 años?
Y es que es particularmente importante reflexionar sobre las circunstancias que condujeron a la epopeya de Arica.
Recordemos que en el combate del Callao, más conocido como combate del 2 de mayo de 1866, el Presidente General Mariano Ignacio Prado dirigió personalmente las defensas del puerto contra la amenaza exterior, constituida por la formidable escuadra española. En ese glorioso día peleamos juntos: ecuatorianos, peruanos y chilenos, civiles y militares, gobernantes y ciudadanos; de esa unión nació la victoria.
El General Mariano Ignacio Prado gobernó hasta 1868; desde enero del 68 hasta agosto del 72, tuvimos 9 gobernantes en sólo 4 años; hasta que fue elegido el Dr. Manuel Pardo y Lavalle, el primer civil que llega a la Presidencia por elecciones, luego de más de 50 años de República; esto demuestra la falta de estabilidad política de nuestra República en esos años.
Una de las primeras disposiciones del Presidente civil Manuel Pardo y Lavalle fue reducir nuestro Ejército de Línea a 2,200 efectivos y los  distribuyó en todo el territorio para develar los 34 levantamientos que hubieron en su gobierno; así mismo, distribuyó el armamento del Ejército de Línea en la población para reforzar la Guardia Nacional, y anuló las compras de armamento y naves blindadas; además y lo más grave: firmó un Tratado Defensivo con Bolivia, país que ya tenía serios problemas políticos con Chile. Es decir degradó a su mínima expresión nuestro sistema de defensa nacional y nos puso en un grave riesgo a nivel internacional.
Así llegamos a 1876, en que el General Mariano Ignacio Prado asume nuevamente la Presidencia; el General Prado trató de recomponer el Ejército, pero el liderazgo de los jefes, la experiencia de los Oficiales, la capacidad de las Unidades no se consigue de un momento a otro; es un proceso continuo y permanente. En esa penosa situación, llegamos al 5 de abril de 1879 en que Chile nos declara la guerra; luego, de seis meses de brillante campaña marítima de nuestra Armada, en octubre capturan el Huáscar y perdemos al Almirante Grau; y con él, perdemos nuestra capacidad de actuar en el mar.
Luego, el 27 noviembre de 1879 llegaría la victoria de Tarapacá, sin embargo, después de la victoria, las tropas peruanas iniciaron una penosa retirada hacia Arica, las tropas chilenas ocuparon esta provincia. En esas circunstancias, el presidente Mariano Ignacio Prado viaja a Europa en plena guerra, en circunstancias particularmente difíciles para el país. Nicolás de Piérola se autoproclama Presidente, y el 23 de diciembre de 1879 entra a Palacio de Gobierno; su primera disposición fue relevar a gran parte de los mandos militares y colocar a "civiles pierolistas” otorgándoles el grado de coronel. Las derrotas se sucederían hasta el desastre en el Alto de la Alianza el 26 de mayo de 1880, que sería el preámbulo de la batalla de Arica.
El día de la batalla de Arica, el 7 de junio de 1880, el Presidente del Perú era el abogado Nicolás de Piérola, permanente conspirador, que vivió muchos años en Chile; y el Jefe del Ejército del Sur era el Contralmirante Lizardo Montero, prestigioso marino, que había derrotado a Piérola en uno de sus tantos levantamientos. Piérola no apoyó a Montero, no le envió refuerzos ni abastecimientos y contribuyó a la derrota del Ejército del Sur, que culminó con la tragedia de Arica. Ni siquiera por la Patria amenazada, los políticos pierolistas olvidaron sus rencillas personales con los militares.
Entonces surge inevitable la pregunta: ¿Cómo pudo ser que ante la amenaza exterior, la clase política y el Alto Mando Militar no dejen de lado sus enfrentamientos particulares, no tomen sus previsiones, no planeen, ni conduzcan las operaciones militares en conjunto, y hayan permitido que 1,700 peruanos se encuentren en tan desgraciada situación en Arica?
Nuestra historia nos dice que los políticos y los militares estaban más preocupados por sus enfrentamientos personales, por sus ambiciones de poder, conformaban dos mundos separados, que vivían de espaldas, y enfrentados unos a otros.
Y ante ello ¿Hemos aprendido la lección de Arica? ¿Tenemos ahora a una clase política y a un estamento militar debidamente unido y coherente?; los políticos ¿Respetan y apoyan adecuadamente a los militares en actividad y en retiro? Y los militares ¿Están subordinados al poder constitucional, como reza nuestra Constitución; y no están sometidos al poder civil, como muchos quisieran? En pocas palabras: Ahora ¿Tenemos una sana, adecuada y sólida relación civil militar?
Por otra parte, ahora que se han cerrado nuestras fronteras y se oyen voces de reducir a las Fuerzas Armadas a su mínima expresión, recordemos lo sucedido antes de 1879; y es que al reunir 600 hombres y vestirlos de uniforme, no se consigue un Batallón, es decir una unidad entrenada que combate en conjunto, se requiere capacitación, entrenamiento, liderazgo, confianza y tiempo; lo mismo se podría decir de la tripulación de un buque de guerra, o de la dotación de pilotos y operadores de una Base Aérea. 
Ante estas dos interrogantes, surge inmediatamente una tercera: ¿Cuál fue la causa – la profunda y verdadera causa – del desastre de Arica?
Si nos ponemos la mano al pecho, en un colectivo acto de contrición, encontraremos no una, sino varias causas del desastre: Falta de responsabilidad, imprevisión, mediocridad, incapacidad,incompetencia, desunión de la sociedad peruana, corrupción, enfrentamientos internos entre peruanos, falta de altura de estadista en la clase gobernante, y falta de preparación en el estamento militar.
En Arica no solo fue derrotado el Coronel Bolognesi, sus Oficiales y su tropa. En Arica, tampoco fue derrotado el Ejército o la Marina solamente; en Arica, fue derrotado toda la nación peruana, que no supo unirse y defenderse; fue derrotado todo el Estado Peruano, que no pudo cumplir con uno de sus deberes fundamentales, y no pudo cumplir con dar seguridad a nuestros ciudadanos y no pudo preservar nuestro patrimonio, perdiéndose inmensos territorios; pues en Arica se termina la Campaña del Sur en la guerra de conquista que Chile emprendió contra el Perú. 
Estoy seguro que cada uno de Uds. tiene una respuesta a estas – tal vez - insolentes preguntas, cada uno de Uds. Tiene su propia opinión acerca de estas – tal vez – atrevidas reflexiones; pero si he logrado mover su conciencia hacia estos temas, entonces habré logrado el propósito de este discurso.
Sin embargo, a riesgo de ser desaforado, permítanme una cuarta y última interrogante:
¿Qué creen que pensaban los 1,700 peruanos que defendían la Guarnición de Arica en los días anteriores a la batalla?
¿Qué podría pasar por la cabeza de nuestros compatriotas en el morro, la semana anterior al 7 de junio?
Los invito a realizar un ejercicio mental: Pongámonos en la situación de los combatientes en el morro de Arica el 1 de junio de 1880. En esa fecha, conocían de la derrota en la Batalla del Alto de la Alianza, de la ocupación de Tacna, de la deserción del Ejército boliviano, conocían que los peruanos sumaban cerca de 1,700 hombres, de los cuales la mayoría eran los llamados “cívicos”, es decir ciudadanos recién enrolados durante la guerra, mal vestidos, peor equipados, con escasas municiones y medios, con mucho entusiasmo, pero muy poca preparación militar, no disponían de Unidades de Caballería, y su Artillería apuntaba al mar, no era la más adecuada para el combate terrestre; finalmente, conocían que eran la última fuerza peruana en el sur del país.
Sobre el enemigo, los peruanos sabían que al norte se encontraban 15,000 soldados chilenos en Tacna que le cerraban el paso; al sur 5,000 chilenos habían ocupado Iquique, al este 6,500 efectivos le impedían replegarse hacia los Andes, y al oeste tenían el mar y toda la escuadra chilena; es decir, estaban rodeados por mar y tierra, sin posibilidades de retirada, sin posibilidades de refuerzos, y sin ninguna alternativa viable de obtener una victoria ante la superioridad militar del invasor.
Imagínense que Uds. Se encuentran en esa situación. Seguramente estudiarían sus opciones:
·     Una: resistir lo más posible.
·     Dos: Rendirse, hasta encontrarse en mejores condiciones para seguir combatiendo.
En esas condiciones extremas, pensemos: ¿Por qué no se rindieron? No serían la primera unidad militar en el mundo que se haya rendido. La historia militar mundial registra casos de rendición:
·   Como cuando los musulmanes (Boaddil) se rindieron ante fuerzas españolas en Granada en 1492.
·   O como la célebre rendición de los defensores holandeses en la guarnición de Breda ante los atacantes españoles en 1,625; cuando las tropas holandesas  salieron de la ciudad, lo hicieron al paso de desfile, llevando sus banderas, uniformes y armas.
·   Así mismo, hubieron Unidades británicas que se rindieron, a las fuerzas rebeldes durante la Guerra de Independencia norteamericana; particularmente en Saratoga (General Burgoyne) en 1777, y en Yorktown (Lord Cornwallis) en 1781. Las fuerzas británicas que se rindieron fueron tratadas con respeto y caballerosidad.
·          Además, todos conocían de la rendición del Brigadier español Rodil en 1826, dos años después de la batalla de Ayacucho. Cuando Rodil y 400 famélicos realistas entregaron la Fortaleza del Real Felipe, fueron recibidos con honores militares por los patriotas.
Entonces, ¿por qué el Coronel Bolognesi y los defensores de Arica no se rindieron? ¿No creen Uds. Que esos Oficiales no pensaron en sus esposas, en sus hijos, en sus familias, en sus casas?
Yo creo que no se rindieron, porque ante tanta adversidad, ante tanta imprevisión, ante tanta mediocridad, ante tanta incapacidad y traición; alguien debía decirle al Perú y al mundo, que los peruanos somos un pueblo con dignidad, un pueblo con honor, un pueblo altivo y orgulloso. Y en esas tristes horas para nuestra Patria, alguien debía señalar el camino, marcar el rumbo, dar el ejemplo, e indicar que nuestro camino estaba signado por perseverar hasta el fin, por esforzarnos hasta el último aliento, por pelear hasta el último cartucho. Esa era nuestra única alternativa, rendirnos no era una opción.
Y esa gloriosa decisión, marcó nuestro proceder en el resto de la guerra: en San Juan, en Miraflores, en la campaña de la Breña, en Sausini y en Huamachuco, nunca nos rendimos; y luego de esta guerra, continuamos, y nunca las armas peruanas se han rendido, ni en la guerra con Colombia, ni en la guerra con el Ecuador en 1941, ni en el Cenepa, ni en el Cóndor, ni en el Proceso de Pacificación.
Y es que, como todos los Ejércitos, hemos tenido victorias y derrotas, pero nunca tuvo una rendición. Arica nos señaló el rumbo y los militares aprendimos la lección. Los militares peruanos jamás nos rendimos…
Creo que han sido suficientes interrogantes, suficientes reflexiones con motivo de la epopeya de Arica.
Finalmente, debo decirles que creo que los héroes de Arica, no se inmolaron para que les dediquen un discurso, no se sacrificaron para que calles y plazas lleven sus nombres grabados en bronce, no se sacrificaron para que les pinten un óleo, o les canten un himno, o les reciten algún poema, ni siquiera para que les escriban un libro. Creo que los héroes de Arica están por encima de todo ello.
Creo que lo que ellos buscaban, era que los tomemos como ejemplo, que sean nuestro modelo a seguir, que todos los peruanos luchemos hasta el último aliento por nuestra Patria. Ese sería el mejor homenaje que pudiéramos hacer a los héroes de Arica; el mejor homenaje que pudiéramos hacerles es tener hoy – en el momento presente – un país unido, integrado, fuerte, donde civiles y militares, políticos y ciudadanos, gobernantes y gobernados trabajen unidos y en armonía hasta el último aliento, y que, de ser el caso, peleen hasta el último cartucho, por un Perú más unido, más fuerte y solidario.
El mejor homenaje que hoy podemos dar a los defensores del morro, es decirles, desde acá que hemos aprendido la lección, y que ellos nunca serán olvidados, que su ejemplo será seguido y jamás serán olvidados.
Y sobre el olvido, permítanme narrarles lo que mi padre, alguna vez me dijo, más o menos en los siguientes términos: “Los militares tenemos  tres muertes, la primera sucede cuando nos dan de baja, la segunda es su muerte física; la tercera muerte de un militar sucede cuando lo olvidan, está es la última y definitiva muerte”. Por ello, nosotros decimos que Bolognesi nunca morirá, los defensores del morro nunca morirán, porque viven y vivirán eternamente en el pensamiento de todo buen peruano.
Y es que gracias a los defensores de Arica, somos un pueblo con honor, con dignidad, un pueblo que mira de frente, altivo y orgulloso, y que no tiene porque bajar la cabeza ante nada, ni ante nadie.
     ¡Honor y gloria al Coronel Bolognesi, a sus Oficiales y tropa!
      ¡Honor y gloria a los defensores del morro de Arica!
       Y gracias a ellos, gracias a su sacrificio podemos decir:
        ¡Honor y gloria a nuestra Patria: el Perú!

                                Muchas Gracias.

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